
Cataluña
fue una zona de acogida
de los buenos hombres perseguidos
Al hablar de los cátaros, o buenos hombres, a menudo despreciamos las repercusiones geopolíticas que aquel fenómeno religioso provocaría en el transcurso de la historia medieval de Europa.
La Iglesia católica inmovilista de los siglos XII y XIII compartía con París los principios feudales más rígidos. Los Estados Pontificios eran, además, soberanos de un territorio que abarcaba la mitad de la actual Italia, y Roma, como jefe de la Iglesia hegemónica en Occidente, se disponía a luchar a muerte contra el peligroso espíritu de ciudadanos libres que se extendía por los ricos y esplendorosos condados occitanos. Un espíritu que, junto con el más popular mensaje evangélico cátaro y la soberanía que el Casal de Barcelona iba expandiendo por los condados occitanos, amenazaba el equilibrio geopolítico, el dominio religioso y el vasallaje tributario que Roma imponía sobre el mosaico feudal de la Europa de la época.
Si con la cruzada contra los cátaros, pues, el Papa de Roma destruiría, por un lado, una Iglesia cristiana independiente que había empezado a arraigar con fuerza en Occitania, detendría para siempre la creciente expansión catalana hacia el norte occitano.
En efecto, ejércitos mercenarios, en misión de guerra santa contra los herejes, arrasarían el Llenguadoc y, tras el genocidio de poblaciones enteras, conquistarían –en nombre de Francia– el rico país occitano donde florecía la sociedad más culta y desarrollada de Europa. La intervención del rey Pedro el Católico, en defensa de los intereses de Cataluña-Aragón y de sus vasallos occitanos, y su enfrentamiento con la alianza de Roma y París acabarían en la desfachatez de Muret, cruce histórica nunca suficientemente reconocida que determinaría la evolución posterior de las realidades nacionales francesa, occitana y catalana hasta nuestros días.
¿Qué era, pues, esta nueva y revolucionaria religión que sería utilizada por reyes y papas, y que daría lugar a una cruel y sanguinaria cruzada sin precedentes de cristianos contra cristianos y al genocidio occitano? El catarismo
En contraposición a la ostentosa, corrupta y autoritaria Iglesia católica romana del siglo XIII, el catarismo promovía una Iglesia basada en la espiritualidad y la caridad, con un retorno a los valores más puros y sencillos del cristianismo primitivo.
El catarismo, que a finales del siglo XIII ya se extendía por Lombardía, el Imperio germánico, Provenza, el Pirineo catalán y, sobre todo, por Llenguadoc, rechazaba el materialismo, la idolatría, la guerra –aunque fuera defensiva–, los valores feudales, y censuraba la costosa, arrogante y jerarquizada organización eclesiástica de Roma.
Los cátaros, también llamados buenos hombres y buenas damas, y también buenos cristianos o amigos de Dios, rechazaban templos y catedrales. Dios –afirmaban– sólo reside en el corazón de los fieles. Un mantel blanco sobre una mesa o piedra, en cualquier claro del bosque o gruta, era el altar, sobre el que se ponía un Nuevo Testamento traducido al occitano, hecho absolutamente prohibido por Roma. Como única oración, rezaban el padrenuestro y bendecían el pan y lo distribuían entre los creyentes, tal y como se hacía en los primeros tiempos del cristianismo.
Los predicadores de la Iglesia cátara se llamaban puros y ancianos. Los inquisidores, después, los llamarían perfectos. También podían ser mujeres, cosa insólita en la Europa del siglo XIII. Las buenas damas solo se distinguían de las otras mujeres porque llevaban el pelo recogido y escondido. Los hombres, con pelo largo y barba, llevaban largas túnicas negras y vestidos hechos con tejido de cáñamo. Por cinturón llevaban una cuerda con tantos nudos como votos habían hecho (sant Francesc copió el hábito). Iban de dos en dos, con el Evangelio de sant Joan, y siempre con una pequeña olla personal para evitar cocinar con grasas.
Si bien el catarismo imponía reglas severas a sus puros –renunciar a las cosas materiales, como la relación carnal y la comida carne–, se mostraba, en cambio, tolerante y flexible con los simples creyentes, que no eran sino hombres y mujeres sencillos que, lejos de fanatismos o iluminaciones místicas, buscaban un refugio espiritual ante la rígida severidad e intolerancia del fundamentalismo católico de la época. Hay que tener presente que la Iglesia católica de entonces atenazaba a la gente y les complicaba la vida con una retahíla interminable de diezmos, penitencias, exequias, censuras, amenazas y otras imposiciones.
A diferencia del clero católico, los predicadores cátaros eran gente humilde y austera, pero culta y preparada. Muchos eran tejedores, y los más cultivados practicaban la medicina. Así, cuando un puro predicaba, la gente acudía con respeto y admiración. Antes de la cruzada casi todos los nobles y caballeros occitanos –católicos o creyentes cátaros– acogían con respeto a los buenos hombres ya las buenas damas en sus castillos, hasta el punto de contagiarles la educación de sus hijos. Monasterios enteros se pasaban al catarismo, e incluso obispos católicos, enfermos de muerte, se hacían consolar, a escondidas, por los ancianos cátaros.
La influencia cátara se extendía, imparable, a todas las capas de la población: señores, caballeros, burgueses, mercaderes, artesanos, campesinos y, sobre todo, entre las mujeres.
La Iglesia cátara disponía de una red de centros comunitarios de acogida que, una vez desatada la cruzada, se convertirían en refugios. Eran casas-refugio donde mujeres de toda edad y condición –huerfanas, viudas, damas nobles y campesinas– vivían, trabajaban y se formaban, sobre todo en el espíritu y en el arte de tejer, en un entorno de libertad y dignidad inimaginables en la época.
A finales de los siglos XII y XIII, florecía en los condados occitanos la cultura más avanzada de la Europa medieval. El sólido sustrato grecolatino y la eficacia del derecho romano habían resistido, primero, a la ocupación visigoda y, después, a la sarracena, más breve. El poso de civilización clásica se había resguardado en los valles pirenaicos en un rosario de monasterios –Sant Pere de Rodes, Sant Quirze de Colera, Sant Miquel de Cuixà, Sant Martí del Canigó, Sant Joan de les Abadesses, Ripoll...– que no solo habían fijado la cultura grecolatina, sino que también habían recopilado nuevas traducciones de los clásicos, procedentes de Córdoba y Toledo, y lo mejor del pensamiento islámico y judaico. El arte y la cultura románica emergentes en ambas vertientes del Pirineo enlazarían directamente con el espacio y el medio cultural catalano-occitano.
El Llenguadoc y, por extensión, todo Occitania iluminaban pues una sociedad desarrollada, refinada y tolerante, que era la expresión de una civilización –la de los trovadores– más evolucionada y avanzada que la de los franceses y otros pueblos del norte. La filosofía y otras actividades intelectuales estaban ampliamente cultivadas. Nobles y caballeros participaban activamente, lo fomentaban y se integraban en los círculos cultos y literarios en unos momentos en los que la nobleza del norte no sabía ni leer ni escribir. Europa debería esperar otros trescientos años –hasta el Renacimiento– para asistir a un estallido cultural como aquel.
Por toda Occitania había prosperidad. El fuerte incremento demográfico, una agricultura fértil, una ganadería en aumento y una industria propia en expansión –sobre todo la textil– propiciaban la creación de villas nuevas y de burgos. Una civilización urbana inédita se desarrollaba y extendía por las ciudades occitanas y catalanas, y fomentaba una economía abierta que contrastaba con la economía rural, cerrada y rígidamente feudal del resto de Europa. Un creciente comercio fomentaba el intercambio permanente de gente, mercancías e ideas entre el campo y la ciudad. Puertos como Narbona y Montpellier, y ciudades en el interior como Toulouse, Nimes y Carcasona, se convertían en núcleos generadores de gran actividad económica y centros productores de riqueza.
En este contexto resulta muy significativo constatar cómo el catarismo encajaba con los intereses de todos los estamentos de esta evolucionada sociedad occitana. A los grandes señores les llenaba de satisfacción que una religión propugnara la supresión de la feudalidad eclesiástica y del poder temporal de la Iglesia.
Los burgueses acogían con simpatía una interpretación del mensaje evangélico que, a diferencia del catolicismo, no solo no condenaba las actividades mercantiles y financieras, sino que incluso las favorecía, ya que, en la concepción dualista cátara, el mundo artesano y comerciante representaba el bien, en contraposición a los derechos y privilegios feudales, que representaban el mal.
Sin embargo, sería entre las clases populares donde el mensaje cátaro tendría más éxito, al promover, con la predicación ejemplar de los buenos hombres, el retorno a los valores del cristianismo primitivo. El mensaje cátaro era el mensaje cristiano originario de salvación y consuelo para los pobres, transmitido en un lenguaje sencillo, espiritual y comprensible, bien alejado de la incomprensible retórica latina utilizada por la distante y burocratizada Iglesia católica de entonces.
El catarismo pretende recuperar el espíritu religioso del cristianismo primitivo de los primeros apóstoles, con especial predilección por los evangelios de san Juan y textos de san Pablo, acompañada de un rechazo del Antiguo Testamento.
Según los cátaros, la Iglesia cristiana primitiva se convierte en corrupta tan pronto como es reconocida y asumida por el poder, es decir, por el emperador romano Constantino.
Cabe reseñar que la mayor parte de las fuentes documentales e informativas sobre el catarismo provienen de los procesos iniciados y archivados por su principal enemigo: la Iglesia de Roma. La transcripción de las confesiones arrancadas a los herejes por los tribunales de la Inquisición era efectuada, generalmente, por funcionarios poco cultos y nada propensos a reflejar la realidad compleja y objetiva del pensamiento cátaro. En consecuencia, se ha transmitido y divulgado la visión más simple y popular del catarismo, con una imagen caricaturesca rellena de tópicos, una visión bien alejada de la gnosis y la metafísica cátaras que apoyaban filosófico la doctrina de los buenos hombres. De hecho, el catarismo siempre tuvo maestros instruidos y de alto nivel cultural que se preocupaban de dotar a la doctrina cátara de una consistente coherencia intelectual.
El catarismo, a modo de ejemplo, es la única religión que admite la existencia y la importancia, dentro de una concepción del cosmos, del azar absoluto y del caos. El mensaje cátaro, pues, era a la vez filosofía y metafísica, religión y culto.
El dualismo cátaro
Los cátaros afirmaban la existencia de dos principios eternos e irreconciliables: el dios del Ser y del Bien, creador del mundo invisible e incorruptible de los espíritus buenos, inmutables, y el dios del Mal, creador del mundo material, corrupto y caótico.
La eternidad buena, infinitamente estable, se enfrenta a la eternidad mala, constituida por los elementos materiales y espirituales –espíritus malignos– inestables y groseros que componen este mundo, elementos cambiantes y en permanente agitación contradictoria.
El dualismo ético del pensamiento cristiano –el bien contra el mal, el espíritu bueno contra la carne, el más elevado contra el más bajo– es interpretado por los cátaros, pues, con una dimensión cosmológica.
Ante la proclamación católica de un Dios supremo y un diablo inferior, cuya maldad se manifiesta en el ser humano y sus actos, el catarismo otorga al Mal una categoría más amplia que se encarna en la materia.
Toda cosa material –el mundo, el poder...– es intrínsecamente malo, mientras que el Bien es un ser o espíritu puro, desencarnado, sin materia, es el Dios del Amor.
El universo es, pues, obra del Dios del Mal, del rey del mundo (Rex Mundi).
El ser humano tiene una doble naturaleza. Su cuerpo, material y corruptible, pertenece a Satanás, mientras que su alma o espíritu puro pertenece a Dios. Satanás, organizador de la materia, habría provocado la revuelta de los espíritus –los ángeles–, con su caída y encarcelamiento dentro de la materia –los cuerpos–, de la que sólo podrían salir redimidos mediante la expiación y la purificación.
Jesús era, según los cátaros, un ángel enviado por Dios para enseñar a los hombres el camino de la purificación y la liberación de los espíritus, es decir, el camino del cielo.
Su muerte en la cruz debería interpretarse como un símbolo, pero sin ninguna finalidad ni eficacia salvadora para la humanidad.
Para los cátaros, la redención debe buscarla uno mismo, con el desarrollo espiritual de cada uno. Rechazaban, por tanto, la exaltación y la adoración de la cruz, que se convierte, incluso, en un símbolo del Rex Mundi, señor del mundo material.
La adoración de la cruz, pues, como la de las imágenes, constituiría una idolatría y un ultraje en la naturaleza divina del Bien.
Ante la visión simplista, pero aterrorizada, de que la Iglesia católica ofrecía del demonio, los cátaros oponían un concepto más evolucionado de Lucifer como ángel rebelde, no espiritual y encarnación del mundo material, al que había que combatir con el camino de la espiritualidad.
La organización del mundo satánico, según los cátaros, será destruida al final de los tiempos. Pero el Mal seguirá subsistiendo en el conjunto de los elementos caóticos. La Tierra, ya abandonada por todas las entidades buenas y las almas salvadas, se incendiará y se convertirá en el verdadero infierno, el hábitat natural y exclusivo del diablo entregado a sí mismo. En una impotencia eterna, ya no podrá volver a dominar al Ser ni corromperle, ni hacer nada contra el Dios de la luz, de los justos y del Bien.
Para los cátaros, el tiempo era transitoriedad, cambio y corrupción por definición, a diferencia de la estabilidad permanente o eternidad del Bien.
Los cátaros creían en las reencarnaciones sucesivas de las almas o espíritus en sentido ascendente de mejoramiento, de purificación progresiva y de acercamiento hacia el Bien, y de alejamiento, por tanto, del Mal material y corrupto de los cuerpos.
En lugar de aceptar la fe de segunda mano de los católicos –y el papel intermediario de la Iglesia de Roma–, los cátaros sólo aceptan el conocimiento directo y personal con Dios, en una defensa de la experiencia religiosa y mística percibida de primera mano.
La sexualidad
La reproducción del Mal mortal y material sólo podía evitarse con la renuncia a la reproducción sexual humana. Así pues, la Iglesia cátara promovía la castidad terrenal para acercarse más al amor divino primigenio.
En la práctica, sin embargo, los cátaros eran realistas. Aunque reconocían que la procreación de la carne significaba la reproducción del Mal material, no eran tan ingenuos de prohibir la sexualidad, que aceptaban como un mal menor entre los creyentes. Y si bien la castidad era exigible a los puros, incluso estos maestros y pastores de la Iglesia cátara solían ser hombres y mujeres ancianos que antes habían engendrado ya una familia. La figura de Esclarmonda de Foix es un ejemplo muy significativo. Se supone que los cátaros practicaban un cierto control de la natalidad y el aborto, lo que debía provocar las iras, fácilmente imaginables, de la Roma del siglo XIII.
El melhorament (mejora) era un rito mediante el cual el creyente afianzaba su fidelidad hacia la Iglesia cátara, saludaba al maestro o puro y le pedía ayuda para mejorar.
El consolamentum era el rito o bautizo espiritual con el que, mediante una sencilla imposición de manos, uno puro ordenaba otro. También era el rito con el que se asistía a quienes iban a morir, ya fueran puros o creyentes.
Con el consolamentum se pretendía impedir que el alma, tras la muerte, transmigrara a otro cuerpo material, en lugar de ascender hacia la eternidad del Bien.
La endura era el suicidio místico o abandono de quienes, tras recibir el consolamentum, ya las puertas de la muerte, por enfermedad o vejez, pedían que se les dejara de alimentar.
Para los cátaros solo existe un sistema mediante el cual las criaturas pueden iniciar el camino de la salvación y conectar con Dios, y es la caridad.
La caridad se convierte en el lazo de amor que une a los hombres y a las mujeres con Dios, porque les da identidad ontológica y les otorga un espíritu benigno e incorrupto, a diferencia de los espíritus malignos y del conjunto de las cosas materiales, todos ellos corruptos.
Quien no tiene caridad, no tiene identidad definida. Los espíritus malignos han sido echados fuera de la voluntad del Bien, que es eternidad y estabilidad permanente, y, por tanto, no son.
Ante los principios masculinos y autoritarios de la Iglesia católica romana, los cátaros oponían un principio femenino, tolerante y caritativo del sentimiento religioso.
La doctrina cátara se podía resumir en tres principios: estimar el proísmo como a uno mismo, no hacer daño ni quitar la vida al proísmo ni a los animales, y espiritualizarse, divinizarse hasta conseguir que el alma –en la muerte, y sin lamentarlo– abandone el cuerpo.
Cataluña
fue una zona de acogida
de los buenos hombres perseguidos
El Camí
era su espacio de evangelización
rechazaban los bienes materiales
Los Bons Homes
fueron considerados herejes,
perseguidos y exterminados
Cuando la cruzada contra Occitania comenzó a provocar estragos, muchos nobles y cátaros occitanos buscaron refugio en las casas de sus parientes y amigos en las tierras catalanas del Rosselló y del otro lado del Pirineo, sobre todo en la Cerdanya, el Berguedà y el Alt Urgell. Fueron muy bien acogidos, tanto por el Casal de Barcelona como incluso por la Iglesia católica catalana, puesto que representaban la capital y, sobre todo, fuerzas de repoblación para la reconquista contra los sarracenos. Los cátaros occitanos, pues, serían recibidos, en general, con bastante simpatía. Además, la estructura social catalana era similar a la occitana, por lo que el catarismo también encajaba muy bien con los distintos intereses de los estamentos sociales del país.
Buena parte de los señores de la corte del conde del Roselló y la Cerdanya –Nunó Sanç– abrazaron la causa cátara y occitana y tomaron parte activa en la lucha contra el genocidio perpetrado por Simó de Montfort. Estas grandes familias catalanooccitanas, con estrechos vínculos familiares, culturales, militares y económicos entre ellas, sufrirían, más adelante, la persecución de la Inquisición y pagarían caro este apoyo a la causa catarooccitana.
Guillem de Niort, cuñado del conde de Roselló, sería condenado por cátaro a prisión perpetua. El señor de los castillos de Termes y Aguilar, Ramon de Termes –su hijo, Oliver de Termes, gozaría de la amistad del rey Jaume I–, moriría en los calabozos de Carcassona, encarcelado por Montfort. Pere de Saissac, vizconde de Fenollet y de Illa –sus descendientes tendrían un papel destacado en la historia del reino de Mallorca–, sería condenado por hereje una vez ya muerto (1262), y sus despojos serían desenterrados por ser quemados. Bernat d'Alió, señor de los castillos de So y Queragut, y casado con Esclarmonda –hija del conde de Foix y su amante–, había ayudado a los asediados de Montsegur. Bernat d'Alió (o de Llo) sería quemado vivo, por hereje, en Perpinyà (1258).
Un destacado cerdán de fe cátara fue Arnau de Saga, que, como Arnau de Castellbò, participó en la devastación de muchas iglesias.
También fueron cátaras las familias de Ot de Parets-tortes –hoy Peyrestortes–, cuyos restos, junto con los de otros caballeros catalanes que lucharon contra Montfort, serían desenterradis y quemados por herejes. Ponç de Vernet, miembro del cortejo de Pere el Catòlic y de Jaime I, también sería condenado después de muerte. Mejor suerte tuvo el valiente Robert de Castellrosselló, el cual, encarcelado varias veces por los inquisidores, logró finalmente salvar la vida a cambio de ir a luchar durante tres años contra los sarracenos.
También el último defensor del castillo de Querbús, Jaspert de Barberà, condenado por hereje, y que con Oliver de Termes, Ponç de Vernet y Castellrosselló habían acompañado al conde de Rosselló en la conquista de Mallorca, salvaría la vida gracias a la intervención del rey Jaume.
Hoy hay autores que sugieren que Bellver de Cerdanya fue un importante lugar de paso y de llegada de cátaros que, huyendo de la sangrienta cruzada antioccitana y de la Inquisición, iban a buscar la protección de los señores de Gósol, Josa y Castellbò, entre otros. Bellver recibió la carta de población del conde Nunó Sanç en 1225, once años después de la batalla de Muret y en plena represión de los cátaros en el Llenguadoc, lo que hace probable –como muy bien apunta Joan Pous i Porta– que una gran parte de los pobladores de la nueva villa de Bellver, acogiéndose a la protección y las franquicias otorgadas por Nunó Sanç, fueran de origen cátaro. Se sugiere que las estelas funerarias discoidales de Pedra y de Talló, en Bellver, serían testigo de algunas formas clandestinas de culto cátaro.
Jordi Ventura nos indica que el catarismo ya había arraigado en tierras catalanas antes de la cruzada antioccitana. Encuentra actividades cátaras documentadas en Andorra, la Torre de Querol, Bagà, Berga, Josa, Gósol y Castellbò. Algunos autores también incluyen vestigios posteriores a Puig-reig y Vallcebre. Los señores Ramón de Josa, su esposa y su hermano Guillem Ramon adoptaron abiertamente el catarismo. Ramon de Josa en 1232, después de un tiempo de haber sido detractor. También Ramon de Castellarnau, Berenguer de Pi y, sobre todo, Arnau de Castellbò protegieron la herejía sin reservas.
Parece que la Iglesia de los Bons Homes incluso tenía diáconos adscritos en aquel territorio, con residencia en Josa, Castellbò y Berga.
El señor de Castellbò mantenía, con la alianza de los condes de Foix, una larga lucha contra la hegemonía creciente del obispado católico de Urgell. En 1198, Arnau de Castellbò profanaría y saquearía buena parte de las iglesias de la Cerdanya, entre las que figuran las de Coborriu y Pedra. Pous i Porta nos hace llegar el detalle anecdótico que, al no poder entrar en la iglesia de Talló, el señor de Castellbò se llevó 8 toros y 18 cerdos de sus caseríos.
Arnau de Castellbò participó en la batalla de Muret, junto al rey Pere y el conde de Foix. Su fidelidad al Casal de Barcelona le llevaría, posteriormente, a formar parte del consejo real del rey Jaume. El enlace de la hija de Arnau de Castellbò, Ermessenda, con el conde de Foix, Roger Bernat II (1208), reforzaría aún más una alianza de intereses comunes contra la mitra de Urgell, a la vez que acentuaría el compromiso de los Castellbò con el catarismo. No hay que olvidar que Ermesenda conviviría en la corte de los Foix con la célebre Esclarmonda de Foix, tía de su marido. Por otra parte, la hermana de Arnau de Castellbò, también cátara, contribuiría a fortalecer, al casarse con Ramon de Niort, la red de lazos e intereses comunes entre las grandes familias de ambas vertientes del Pirineo.
Los obispos de Urgell, en permanente litigio por los derechos feudales del condado, no perdonarían a los Castellbò ni después de muertos. El largo proceso inquisitorial, conducido por los dominicos Pere de Cadireta –inquisidor general– y Guillem de Calonge, acabaría con una condena por herejía y con la exhumación de los cuerpos del vizconde y de su hija, que estaban enterrados en Costoja (1269). Sus cadáveres fueron quemados y sus cenizas, esparcidas. Al parecer, Pere de Cadireta no pudo disfrutar mucho de la escena, ya que, como afirma Esteve Albert, el pueblo entero de Castellbò le apedreó hasta dejarlo muerto a pocos pasos de la villa.
Del pacto de paridad (Los Pariatges de Andorra: 1278-1288) que pondría fin al contencioso abierto entre los Castellbò –y después sus sucesores, los Foix– y los obispos y señores de Urgell, derivaría, en el transcurso de los siglos y hasta nuestros días, la realidad histórica y soberana –reconocida hoy por la ONU– de los Valles de Andorra, con su peculiar fundamento jurídico, fruto del acuerdo, pues, entre dos poderes feudales enfrentados.
Berga también fue, durante el siglo XIII, un importante punto de penetración y difusión del catarismo en Cataluña. Destaca la figura de Bernat de Bretós y toda su familia, grandes divulgadores del mensaje cátaro. Sabemos que Bernat de Bretós estuvo en Castellbò, Josa del Cadí, Vall Porrera y las montañas de Siurana de Prades, y que también viajó por Arièja para ayudar a los perseguidos por la cruzada. Su devoción le llevaría a defender el último bastión cátaro occitano, Montsegur. El día 16 de marzo de 1244, y antes de abjurar de su fe,Bernat de Bretós prefirió morir quemado en la hoguera del Prat dels Cremats, como una más de las doscientas quince víctimas que, entre hombres, mujeres y niños, dejaron la vida en aquel holocausto cátaro.
Otra fue la historia de Arnau de Bretós, su relación con el catarismo es conocida desde el año 1214. En 1241 fue ordenado perfecto en Montsegur y, a continuación, volvió a Cataluña para predicar entre las comunidades heréticas de la sierra de Prades, en el Priorat. Finalmente intentó huir hacia el norte de Italia, pero fue detenido por la Inquisición a medio camino. Arnau de Bretós fue interrogado por el inquisidor Ferrer de Vilaroja, un fraile dominico que condujo el interrogatorio de buena parte de los supervivientes de Montsegur, el cual procedió a extraer toda la información que pudiera ser útil por su labor de una manera meticulosa y metódica, tal y como sabían hacer los inquisidores. Gracias a este interrogatorio, sabemos que Arnau de Bretós y su familia ya habían tenido contactos con los cátaros en 1214, fecha que supone el primer testimonio cierto de presencia de cátaros al sur de la cordillera pirenaica.
Otro personaje bastante popular que se ha vinculado al catarismo es el señor y trovador Guillem de Berguedà. A pesar de no poder afirmar que fuera cátaro, luchó junto a Arnau de Castellbò contra el obispo de Urgell, y trataba a los cátaros, en sus poesías y en sus dominios, con consideración y simpatía.
De la obra de Joan Serra i Vilaró traemos el dato de que en 1255, Galceran IV, barón de Pinós –que tenía su sede de su extensa baronía en Bagà–, acogió a algunos súbditos suyos que el arzobispo de Narbona tenía prisioneros por motivo de la herejía.
La reclamación se repitió al año siguiente, en 1256, esta vez al arzobispo de Tarragona, que tenía detenidas a catorce personas de Gósol, también a causa de la herejía. Los súbditos de Galceran de Pinós pasaron a las cárceles de la baronía, pero salieron muy pronto, lo que demuestra –como bien nos apunta Xavier Pedrals i Costa– la actitud permisiva y tolerante de los diversos señores de la comarca hacia los herejes.
La relevancia de la villa de Gósol dentro de la herejía cátara nos la muestra un documento de la Inquisición de mediados del siglo XIII, el cual recoge el testimonio de una mujer de aquí, Maria Poca, que explica que "pocos albergues había en Gósol que no tuviesen herejes". De unos 14 de ellos sabemos incluso su nombre, ya que fueron condenados y encerrados en la cárcel de Tarragona.
Jordi Ventura destaca también la presencia cátara en tierras de repoblación. Documenta un importante foco en Lleida, donde los cátaros tuvieron que pagar elevadas sumas (1257) por el delito de herejía descubierto por la Inquisición.
Muchos cátaros acudirían, efectivamente, a repoblar las tierras del sur de Cataluña, y han dejado testimonio de su presencia en las poblaciones de Prades, Siurana, Arbolí, Cornudella y la montaña de Gallicant.
Tanto para recorrer las huellas del catarismo en Cataluña, como para profundizar en todo el contexto histórico y socioeconómico occitano en el que surgió, se desarrolló y fue exterminada la Iglesia de los Bons Homes, sugerimos la lectura de los rigurosos trabajos de investigación llevados a cabo por Jordi Ventura-Subirats, de quien nos consideramos deudores, y los principales de los que incluimos, al final, en la bibliografía recomendada.